20140707

EL ÁRBOL DE LA SOMBRA





La Navidad fue la culpable de mi separación con Nerea, quizás sea esta la razón por la que no quiero estas fiestas, además, mientras las bolsas gástricas de los mayores se preparan para recibir los suculentos manjares bañados por los caldos del dios Baco los Magos de Oriente, cada vez, se detienen menos en su itinerario y si lo hacen dejan menos de lo solicitado.

La conocí a comienzo de curso y su rostro quedó impreso en mi mente el día que fuimos presentados por la profesora. Estoy contento por su regreso de Guipúzcoa, sus padres aprovechan estas pequeñas vacaciones para visitar sus orígenes en Euskadi. 

He disfrutado solo de trece primaveras. Perdón…! mi nombre es Ignacio, la familia y las gentes cercanas me llaman Nacho. Nunca entendí porqué mis padres se preocuparon en buscar este nombre para luego disminuirlo. Un día paseando a la salida de clase por los alrededores del pueblo, determinamos colocar nuestros cuerpos en decúbito supino a la sombra de un cedro que bautizamos con el nombre “El Árbol de las Sombras”. Fue nuestro mejor aliado, conocedor de nuestras emociones y seguidor de los dictados de nuestras entretelas.

Cada vez que nos citábamos lo hacíamos en este lugar y cogidos de la mano éramos cobijados bajo su sombra.De forma repentina fuimos succionados por uno de los túneles que forma el entramado de ramas y hojas de su copa, haciéndonos penetrar a través de la puerta de la mansión de cristal del hogar de los dioses. Notamos como pequeños seres revoloteaban alrededor de nuestras cabezas y con sus aleteos acercaron nuestros labios hasta fundirse en un largo e interminable beso. Ahora mas que nunca nos interesaba volar y tomar altura con nuestras propias alas. Era tiempo para que Venus junto a Ceres realizaran la siembra del amor en nuestros corazones.

Como espíritus celeste, fuimos descendiendo por el prodigioso túnel y tumbados en el verde pastizal del Árbol de la Sombra. Mi órgano viril aún recio, habitual cada vez que me relajo, me inquietó por esa expulsión de líquido viscoso blanquecino que manchó mis calzoncillos. Era la primera vez que lo aprecié y no debe ser malo por el relax que provoca. Esencia de amor, al menos nuestro árbol y yo así lo consideramos. Con ojos de espanto, Nerea se incorporó intranquila por la demora, temía el reproche de los padres inquietos por la tardanza. 

Son doce los años que cumpla. Su físico había madurado pero su intelecto, aún de niña, reafirmaba la edad. Cierto que pensar en el regalo para el evento me resultaba laborioso. No disponía de economía, había que sacarlo de mi corto ahorro y hacerlo a escondida de los mayores. Una terrible noche de viento y lluvia, según mi padre como no habíamos vivido en años, presagiaba la despedida del invierno para dar entrada a la primavera. Los rayos partieron árboles y las furiosas ráfagas recorrían la calle moviendo letreros y derribando tiestos. En ese momento solo pensaba en el sufrimiento de nuestro amado árbol.

Despuntó el día y el sol iluminaba con todo su esplendor aunque sus rayos no conseguía calentar. Primero visité a nuestro árbol que se mantenía erecto al cielo habitado por pájaros que anunciaban éxitos y fortuna. Ceñí con mis brazos su tronco y mi mente se trasladó a Nerea. La ruptura de una rama, ocasionada por la tempestad, se postraba en el pastizal donde nos tendíamos. Era como si una parte de nosotros hubiese sido amputada. En tiempo de ausencia elaboré con ella un joyero, resurgiendo su madera como regalo de cumpleaños.

El acercamiento nacido a la sombra del árbol, se distanció. Los frecuentes encuentros dio paso a la ausencia. Fue una rémora la espera del mañana, abandonando mis obligaciones y solo con nuestro árbol nos marchitamos.

En la soledad, tendido a la sombra, vi la copa habitada por pájaros negros que presagiaba envidia y destrucción y una voz del Olimpo me dijo:

“ El placer conllevan más dolores que deleites.Si dejas de esperar, dejarás de temer y encontrarás el auténtico amor”.










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